La Misión y Acción Pacificadora De La Iglesia

«El fruto de la justicia se siembra en paz para los que hacen la paz» (Santiago 3:18, NVI)1.

Las Asambleas de Dios considera que la acción pacificadora es intrínseca a la misión de la Iglesia. Nuestra «razón principal de ser» es: (1) «Ser un organismo de Dios para evangelizar el mundo» (Hechos 1:8; Mateo 28:19–20; Marcos 16:15–16); (2) «Ser un organismo colectivo en el cual la persona pueda adorar a Dios» (1 Corintios 12:13); (3) «Ser un canal del propósito de Dios de edificar un cuerpo de santos que es perfeccionado en la imagen de su Hijo» (1 Corintios 12:28; 14:12; Efesios 4:11–16); y, (4) «Ser un pueblo que muestra el amor y la compasión de Dios por todo el mundo» (Salmo 112:9; Gálatas 2:10; 6:10; Santiago 1:27).

La paz emana del carácter mismo del Dios trino, quien es el «Dios de paz» (Romanos 15:33). El evangelio, por tanto, es «el evangelio de la paz», que se proclama en la evangelización (Efesios 6:15), que permea el contexto relacional de la adoración auténtica, que provee valores esenciales para edificar el cuerpo de Cristo, y que se expresa y se extiende a través de la demostración del amor y la compasión de Dios por el mundo. El designio final de Dios para su mundo y todos sus habitantes es y siempre ha sido que ellos estén en paz con Él, cada uno consigo mismo, unos con otros y con su creación.

La paz interrumpida

            Al principio de la historia de la humanidad, Adán y Eva disfrutaban de una paz perfecta en torno a cuatro relaciones. Estaban en paz con Dios, con su propia persona, uno con el otro, y con el orden creado de Dios. A través de estas cuatro relaciones, Dios planeó que los seres humanos alcanzaran su propósito de adorar y servirle en un mundo hermoso, hospitalario, ordenado y tranquilo. Sin embargo, cuando Adán y Eva cedieron a la tentación, siguieron sus propios deseos y se rebelaron contra Dios; como resultado, su pecado dañó estas cuatro relaciones, y la humanidad cayó en la depravación y el conflicto. A partir de entonces, hasta el presente, y hasta que Jesucristo regrese a establecer su Reino, la humanidad caída ha estado, está y seguirá alienada de Dios, de sí misma, de otras personas y de la creación (Génesis 3:1–8). La paz es difícil de aprehender cuando se desconoce y se desatiende la Palabra de Dios y su voluntad.

La esperanza de la restauración de la paz

            En su significado más básico, la palabra «paz» describe la calidad de las relaciones. El término hebreo shalom, que a menudo se traduce por «paz», captura de forma analógica lo que concierne a la paz de Dios. Podría entenderse mejor como la manera de acceder a la «buena vida», una vida en la cual se cumplen las buenas intenciones de Dios para la humanidad. Shalom denota la ausencia de conflicto o guerra, una condición necesaria para que la humanidad progrese. Pero en un sentido más elemental, habla de armonía con Dios, con uno mismo, unos con otros y con la creación de Dios. Shalom, por ende, es una palabra profundamente espiritual, arraigada en la comprensión de que todas las bendiciones de la vida fluyen de Dios, el Creador.

La idealización humana e histórica del shalom aparece en un pasaje que se cita con frecuencia de la «edad de oro» de Israel: «Durante el reinado de Salomón, todos los habitantes de Judá y de Israel, desde Dan hasta Berseba, vivieron seguros [betaj] bajo su propia parra y su propia higuera» (1 Reyes 4:25). Pero como deja en claro el registro bíblico, el reinado espléndido y afluente de Salomón de ninguna manera representaba la plenitud del shalom, al cual el Dios de Israel deseaba introducir al pueblo de su antigua alianza y, en efecto, a toda la humanidad (Miqueas 4:4).

Aunque las personas que Dios creó se alienaron de él demasiado pronto y por voluntad propia, la promesa de una realización final y perfecta de shalom,no obstante, se encuentra a lo largo de las Escrituras. Inmediatamente después de la caída de nuestros primeros padres, aparece la promesa que la simiente de la mujer vencería algún día al engañador (Génesis 3:15). A ésta le sigue la promesa de Dios a Abraham y a su descendencia: «Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!» (Génesis 12:3). Un poco más tarde, Dios promete que el Mesías, un descendiente de David, vendría a establecer un reino de paz en toda la tierra (2 Samuel 7:12–13; 1 Reyes 8:20; 1 Crónicas 17:11–14; Isaías 9:6–7; 11:10–16).

Estas condiciones se describen con belleza y poder en los escritos de los profetas del Antiguo Testamento, como un tiempo en que las naciones ya no guerrearán unas contra otras (Isaías 2:4) y en el que toda la creación estará en paz (Isaías 32:17–18). Entonces, finalmente, el pueblo de Dios gozará de la plenitud del shalom que Dios destinó desde el principio:

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